Si algo sabe un político
experimentado es que en democracia las derrotas y las victorias son pasajeras.
Historias de políticos exitosos que en algún momento vieron su destino cuesta
arriba sobran en todas las latitudes; desde resistencias heroicas como la de
Nelson Mandela en Sudáfrica en la lucha contra el Apartheid hasta el
levantamiento de un joven soldado austriaco en la primera guerra mundial que
llegaría a ser el Führer. La opinión
pública y las preferencias políticas del mañana se transforman por los actos del
presente; del cumplimiento de las promesas depende que tan pronto o que tan
tarde llegará el movimiento del péndulo dentro del espectro político.
Entiendo el sentimiento de los
derrotados en la última elección presidencial en México, no perdieron solo la
elección y la dirección del gobierno, también perdieron el control sobre el
aparato de bienestar que los ha cobijado; pero dada la certeza que en algún
momento retornarán al poder, ¿vale la pena perder el tiempo buscando como hacer
tropezar al nuevo gobierno con los mismos argumentos que fueron ignorados por
la sociedad el 1 de julio?
El nuevo gobierno por si solo
inevitablemente cometerá errores, tratar de exhibirlos en momentos en que tiene
la opinión pública a favor ¿no resulta contraproducente? Quizá lo más
conveniente en este momento es trabajar en la autocrítica y en la modificación
de la imagen que durante años forjaron mediante sus políticas económicas,
políticas y sociales que se reducen a una sola palabra, imprecisa pero efectiva
ante el imaginario colectivo: “neoliberalismo”.
¿Qué pasaría si las plumas periodísticas y opinólogos predilectos
cerraran la boca? Creo que los disensos al interior de la izquierda se
empezarían a oír, contagiando de objetividad a las críticas y despertando la
crítica de la sociedad.
Lo que existe hoy a la ahora
oposición seguro le parece un contagio social de irracionalidad. No lo es, es
el rencor sembrado durante tantos años de injusticia y, si no se callan, en el
corto plazo arrasará con todas las instituciones que han servido a sus
intereses o si lo quieren creer así, al interés de México; incluidos el
federalismo, la separación de poderes, las instituciones autónomas, entre otros,
como ahora mismo se está poniendo bajo asedio al poder judicial. Lo que deben
entender es que con tan solo un poco de objetividad de su parte verían que
nadie puede justificar ni los salarios ni la impartición de justicia en México.
Tratar de defender la legitimidad del Poder Judicial ante la opinión pública es
una pelea perdida desde ahora. Tratar de rescatarla sería perder lo más por lo
menos. Las nominaciones totalmente sesgadas para el puesto en la Suprema Corte
de Justicia de la Nación que deja el ministro José Ramón Cossio Díaz no serían
las mismas sin las polémicas por los salarios.
Durante la elección, el argumento
principal de los detractores de Morena, fue que sí se puede estar peor, y describían
situaciones de terror que hablaban de Venezuela. Eso es lo mismo que les digo
ahora, ustedes sí pueden estar peor si no recurren a la autocrítica y la
reflexión; su pérdida de influencia, su pérdida de privilegios, la estructura
que legítimamente creen que les corresponde, lo pueden perder. Les invito a
mirar a otro país latinoamericano y socialista: Cuba. Tras la victoria de la
revolución dirigida por Fidel Castro no se planteó el convertir la isla en
aliada del sistema soviético. Las presiones norteamericanas los orillaron a ese
camino.
Para evitar la peor de sus
pesadillas les sugiero que, por lo menos en los siguientes tres años escriban
libros, den clases, sean empresarios exitosos, y profundicen sus posiciones.
Sean críticos, les recomiendo el libro de moda, “Como mueren las democracias”
de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, escrito a consecuencia de la pérdida de
poder de los partidos liberales en todo el mundo; es un buen lugar para
empezar.
Los ganadores y perdedores, en
democracia no son permanentes y los cambios se dan por el esfuerzo de unos y la
complacencia de otros. Hombres y mujeres indignados, por el bien de todos y de
sus propios intereses.
Es hora de guardar silencio.