Hoy es el
esperado primer domingo de julio, cuando se realizarán las elecciones más
grandes de la historia de México. Aunque en democracia la incertidumbre electoral
resulta saludable al ser un indicador de un sistema competitivo, en México no
es la incertidumbre de una competencia sana lo que se siente en el ambiente, es
la omnipresente sombra del fraude electoral.
Desde finales
de 2017, cuando quedaron definidos los candidatos de los partidos políticos,
hasta ahora, las encuestas electorales han coincidido en una creciente ventaja
para del candidato Andrés Manuel López Obrador. Las encuestas no son la
elección, pero sin duda para el electorado cumplen la función de cerrar la
brecha de incertidumbre de la campaña, pues al existir encuestas de todos colores
y sabores, para el votante que tiene clara su elección, podrá tomarlas como una
referencia para reafirmar su preferencia. La duda se genera por el lado de la
legitimidad de la contienda, tanto por mediciones de opinión pública, como por
los resultados de metodologías para medir la calidad de nuestra democracia, ambas
pueden afirmar que nuestra institucionalidad democrática no es confiable.
Lejos quedó
aquel 1997 donde por primera vez el partido gobernante no tenia la mayoría
absoluta en el congreso y la autoridad electoral, el Instituto Federal
Electoral era señalado como una de las instituciones más confiables por los ciudadanos.
Si la experiencia electoral de 2006 dejó un precedente altamente dañino, los
años del “nuevo PRI” como gobierno nos dejan un saldo aún menos positivo. No se
espera que otro candidato pueda ganarle la elección presidencial a López
Obrador, se teme que la estructura corrupta del poder (o como eufemísticamente
a los medios les gusta referirse, la “maquinaria electoral” del PRI) altere la
voluntad popular.
Es ante esta
incertidumbre que escribo para dejar constancia de mi experiencia social
durante esta elección:
Me llama la
atención el grado de desprecio y discriminación generalizado que he podido
observar entre las personas de mi ambiente más cercano (como burócrata,
privilegiado al estar por encima del 50% menos afortunado de los mexicanos por
nivel de ingresos y sin deudas con nada ni con nadie).A medida que se reflejaba
una mayor ventaja en los ejercicios demoscópicos a favor del candidato de
MORENA, más agresivos se volvían los comentarios, a tal punto que se llega a
expresar una aprobación tácita a un renovado “haiga sido como haiga sido” con tal de derrotar a AMLO.
No encuentro
una justificación suficiente a tal racionalización, el argumento de “estaremos
como Venezuela” no es suficiente, los indicadores macroeconómicos de Peña Nieto
a unos meses de concluir su sexenio no son precisamente saludables, por lo que
no es un argumento racional, sino más bien emocional, ¿hay algún indicador en
particular que les preocupe?, ¿el tipo de cambio?, ¿la inflación? o ¿el
crecimiento? De verdad, es muy desagradable escuchar denostaciones al
candidato, dice más de los que me rodean que de el candidato mismo, dice más de
sus intereses personales que de López Obrador. Siempre he sostenido que no creo
que exista mejor eslogan que “por el bien de todos, primero los pobres”, sin
embargo, la idea ha sido dejada en segundo plano en términos mercadológicos por
el candidato de MORENA, pero parece que para sus detractores de todos los
niveles económicos la consigna que debe tener un candidato que los represente es
“primero robo yo, después mis amigos y al final te garantizo que algo te toca”.
Por lo anterior,
manifesté mi extrañamiento hace unas semanas ante el señalamiento de agresiones
a una periodista por partidarios de López Obrador por supuestas diferencias en
la forma de vestir; a pesar de lo que yo quisiera, la población menos
favorecida con la riqueza nacional no identifica su condición de necesidad como
consecuencia de una deliberada ventaja de su contraparte de mayores ingresos,
es decir, su condición de clase. La única explicación racional que encuentro,
por tanto, a este ambiente de discriminación es que esas personas preocupadas
por un futuro gobierno de AMLO son conscientes tanto de su condición, como de
que el candidato lo sabe y lo diga o no, su gobierno es para los menos
favorecidos.
Amigos,
vecinos y familiares me han decepcionado, no están a la altura de lo que México
necesita, ni de un sistema democrático, no hay nada malo en defender los
intereses individuales, pero si hacerlo a costa de la legalidad y ustedes han
dado entrada con sus actitudes a la posibilidad de un fraude electoral. Lo han
hecho del mismo modo que los conservadores se opusieron de manera violenta, a
través de un magnicidio en 1911 a un burgués con aspiraciones de un México
mejor que trajo como consecuencia el despertar del México Insurgente. Déjenme
decirles una cosa, ustedes no estarían mejor si las cosas hubieran seguido como
eran, ustedes en su mayoría son afortunados como producto de esa revolución. A
pesar de ustedes, creo que AMLO ganará, y por lo que creo que ha llegado a
tener tan altas preferencias no es por su actitud conciliadora, sino por la
perspectiva de los nuevos votantes, jóvenes que eran niños en 2006 y no tienen
temor al cambio.
Finalmente
quisiera dejar un exhorto:
Sí se respeta la elección, la lucha continúa; como ha quedado de
manifiesto en otros procesos de reivindicación social en América Latina, ganar
la presidencia no significa conquistar el poder. Lula en Brasil, Correa en
Ecuador y Lugo en Paraguay son muestras de como los dueños de todo no están dispuestos
a ceder ni un milímetro a los menos afortunados. Para un México más justo será
necesaria una lucha diaria, contra los medios de comunicación, contra los monopolios,
contra los conglomerados financieros y ahí espero verlos del lado correcto de
la historia, ¿cómo?, no difundiendo información falsa, presionando a los intereses
particulares, apoyando las decisiones que benefician a las mayorías,
favoreciendo la transparencia y la rendición de cuentas. Nuevamente, recuerden,
por el bien de todos, primero los pobres.
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