En
2014, en el marco de la agenda del Pacto por México, el sistema político
electoral fue objeto de la más reciente reforma electoral. En ella se modificaron
aspectos institucionales del sistema electoral (modificaciones al antes llamado Instituto Federal Electoral para darle
alcance Nacional y se legisló sobre la posibilidad de generar consultas
ciudadanas), del régimen político (creación
de gobiernos de coalición y cambios en el período de transición) y del
modelo de competencia electoral (se reglamentaron
las figuras de candidatos independientes y se avaló la reelección de
legisladores). Esta reforma generó grandes expectativas para las elecciones
federales en 2015, en el contexto de los mayores escándalos de corrupción en el
sexenio de Enrique Peña Nieto, la sociedad ponía a prueba dos mecanismos
electorales: la consulta popular y las candidaturas independientes. Ambas representaban
la superación de los partidos políticos como obstáculos para la participación
ciudadana en el objetivo de perfilar un mejor rumbo para México. La primera quitándole
el control absoluto de la agenda legislativa al congreso y la segunda como la
posibilidad de la alternancia fuera de los partidos políticos.
Hoy
recordamos los resultados de esas iniciativas como falsas esperanzas. la
elección dejo ver que el sistema político no estaba abierto a un cambio por las
buenas. Fiel a la tradición política mexicana del siglo XX, las reformas
estaban diseñadas para que nada cambie. Las reglas de la consulta popular no dieron
margen de maniobra a los cambios reales (no
puede consultarse sobre: I. La restricción de los derechos humanos reconocidos
por la Constitución; II. Los principios consagrados en el artículo 40 de la
Constitución; III. La materia electoral; IV. Los ingresos y gastos del Estado;
V. La seguridad nacional, y VI. La organización, funcionamiento y disciplina de
la Fuerza Armada permanente) de tal forma que ninguna de las 4 propuestas
de consulta logró llegar a las boletas electorales. Para el caso de las candidaturas
independientes los requisitos terminaron por ser excesivos para los ciudadanos
sin carrera política previa, casi en su totalidad fueron ex militantes de los
principales partidos políticos con estructuras clientelares quienes terminaron
por hacer uso de tal condición.[i]
¿Fueron
esas las circunstancias que prepararon el camino para la aplanadora electoral
de Andres Manuel López Obrador y su partido MORENA? Está claro que en la
elección del 1° de julio, la ciudadanía optó por la promesa de un
cambio radical, un cambio que sacudiera de fondo las estructuras que
permitieron el escándalo de la casa blanca y los desfalcos de diversos
gobernadores del PRI. Las luchas desde la sociedad civil como la propuesta 3 de
3 y el Sistema Nacional Anticorrupción fueron muestra del insuficiente alcance
del esfuerzo por hacer cambios “desde fuera”.
Hoy,
a unos días para la toma de posesión del presidente electo, en México se
siente un ambiente extraño, por un lado, la incertidumbre de estar parados en
un mundo fuera del control de los viejos políticos, con todas las posibilidades
que el optimismo ofrece; y, por otro, con los adversarios apabullantemente
derrotados actuando como antes de la elección, sin tener claro cómo es que
fueron despojados del poder y sin dejar de señalar que los nuevos detentores no
son mejores que ellos en cuanto a calidad moral y probidad se refiere. Su
apuesta es que más temprano que tarde la decepción ciudadana los pondrá de
nueva cuenta en el tablero de juego.
¿Hacia
dónde se decantará la realidad? Y sobre todo ¿será esta una nueva oportunidad para
marcar el tono desde la ciudadanía? Hay razones para aceptar el reto como
sociedad civil. A pesar de haber ganado con un amplio margen y absoluta
legitimidad, el voto de Lopez Obrador va más allá de él mismo: en gran parte
significó un consenso en contra de un desprestigiado PRI. Quizá sólo en los
momentos críticos de la historia de México ante el asedio extranjero se había
dado tal consenso de ideas y voluntades, todos tienen los ojos en el mismo
balón, un cambio en la práctica política, en la búsqueda de un servicio público
digno y a favor de la sociedad. Si como dicen los adversarios de MORENA, los
nuevos políticos resultan más de lo mismo, no significa que se alterarán los
mencionados anhelos públicos. Las demandas cívicas de menor corrupción,
honestidad en el servicio público y rendición de cuentas seguirán ahí como
bandera para nuevas propuestas de hacer política.
Ante
la alta polarización del momento los opinadores oficiales se quejan de que las
redes sociales son un calvario; todo mundo opina, refuta y argumenta. Los
buenos tiempos donde su voz y sus letras eran absolutas quedaron atrás. Las
posturas prepotentes y abusivas de servidores públicos son inmediatamente
circuladas en las redes sociales, cumpliendo de esta forma el papel que la
prensa tuvo mucho tiempo atrás como contrapeso del poder.
Quizá
es una etapa de transición y, como en todo proceso de transición, hay pasos hacia
adelante y pasos hacia atrás, decisiones institucionales carentes de sentido y
legitimidad no faltaron en el proceso electoral de 2018 (casos de
interpretaciones absurdas a la Constitución como en los casos de Miguel Angel
Mancera y Manuel Velasco para acceder al Senado o el caso de la candidatura
independiente del todavía gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón).
La interrogante ahora es ¿quién o quiénes tomarán la iniciativa?
[i] Como no toda victoria es absoluta, tampoco
la derrota. De entre los candidatos sin partido y compitiendo bajo reglas
mañosas, dos candidatos dieron la sorpresa: Manuel Cloutier Carrillo, hijo del
fallecido Maquío, se coló en el
congreso como diputado con una votación superior al 40% del total por su
distrito en Sinaloa. El segundo fue un joven de 25 años, Pedro Kumamoto, quien con
una estrategia basada en redes sociales y bajo presupuesto ingresó al congreso
de Jalisco. La elección de ambos significó la excepción que confirma la regla,
pues a pesar de los esfuerzos, los cambios reales requieren de mayorías.