Ayer se instaló la mesa directiva de la Cámara de Diputados, tras varios días de conflicto y desacuerdo entre los partidos políticos.
Es cuestionable si era legítima la obstrucción del inicio de sesiones. Los partidos Acción Nacional, Movimiento Ciudadano y de la Revolución Democrática buscaron obligar al PRI a modificar la elección del futuro Fiscal General en el Senado, cosa que sucedió; sin embargo, hay un fenómeno que me parece por demás preocupante, el enfoque de los medios de comunicación hacia el conflicto.
Invariablemente se habla de la falta de cultura cívica de los mexicanos, de la falta de memoria histórica y de pensamiento crítico en temas políticos, pero el caso del bloqueo del inicio de sesiones en la Cámara de Diputados pone en evidencia la falta de criterio de periodistas y columnistas.
Titulares que incluyen palabras como “secuestrada” “ingobernabilidad” “inestabilidad” “cerrazón” “terquedad” ponen el acento en lo incorrecto de la estrategia elegida por los partidos de oposición, me pregunto ¿en qué sistema político creerán que se encuentran? Nadie se calla la boca al criticar los altos costos económicos de la democracia mexicana y la ineficacia de ésta para redundar en mejores decisiones y opciones políticas que generen bienestar, rendimiento de cuentas y menor corrupción. No se necesita tener más de 18 años para saber lo antiético que se comportan nuestros políticos, entonces ¿de dónde sale ese profundo sentimiento institucionalista para defender el funcionamiento inefectivo pero legalista (como el truco de detener el reloj legislativo) del sistema político? ¿Cuál es el miedo al conflicto? Después de todo ¿no es la política el arte de lograr acuerdos? Los conflictos no son más que desacuerdos, no hay ningún motivo de vergüenza en defender las ideas.
En las teorías de transición, particularmente en los trabajos de Juan Linz se habla de los partidos leales o desleales a la democracia; siempre que ésta ofrezca oportunidades reales de obtener el poder, fuerzas beligerantes pueden optar por la vía pacífica, de otra forma, los incentivos para descalificar el proceso como “ilegítimo” y optar por otras alternativas siempre estarán presentes. En esos términos, la línea divisoria entre lealtad o deslealtad a la democracia se vuelve borrosa.
En México, ante la desilusión democrática la deslealtad empieza a ganar terreno, las descalificaciones al proceso electoral y las protestas empujan la línea cada vez más a terreno negativo, querer jugar a la rigidez institucional puede terminar por causar la implosión del sistema. La deslealtad a la democracia no es un tema de tendencias políticas, los ejemplos están al sur del continente, tanto la izquierda con los movimientos guerrilleros, como la derecha con los golpes de Estado se han mostrado desleales a la democracia, cada cual la justifica a su manera.
Señalar un conflicto malo “per se” no es más que una defensa del estatus quo, más ante una democracia tan incompleta como la mexicana. En el fondo, cada columnista que usa esa perspectiva solo demuestra que en el fondo no tiene más que un priista en el fondo de su corazón que añora las épocas de un orden a cualquier costo, un orden antidemocrático a final de cuentas.
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