sábado, 12 de noviembre de 2016

Ganó Trump, ¿Cuál será la siguiente portada en The Economist?

El 2016 ha sido un año de resultados electorales inesperados en todo el mundo por la victoria de las posiciones, a primera vista más extremas; como el “Brexit”, el NO en el plebiscito de paz en Colombia, la elección de Rodrigo Duterte en Filipinas, etc. Sin embargo el mundo sigue girando y parece demostrar que los paradigmas políticos de postguerra han quedado obsoletos.

El pensamiento dominante por ser aquel de mayor difusión mediática, tiende a ser conservador en términos políticos y económicos, es decir, busca preservar la estabilidad del sistema a pesar de todas las cosas, un equilibrio y competencia leal entre los partidos fieles al sistema en términos de Juan Linz que respete una base macroeconómica a todas vistas neoliberal, que favorezca incondicionalmente el libre comercio, que evite la incertidumbre a toda costa (intrínsecamente necesaria en aquellas elecciones legítimas de acuerdo a Adam Przeworski) y que continúe la agenda de cambios del Fondo Monetario Internacional (porque aseguran, los resultados se verán en 20 años).

Atrás, muy atrás han quedado aquellas ideas que identifican este dominio conservador con la estructura de poder entre clases dominantes y dominadas, es decir, que abiertamente describen la contienda política como el escenario de la lucha de clases. Si bien en América latina el discurso de publicistas políticos como Antonio Sola sobre las consecuencias de los gobiernos de izquierda logró evitar una mayor integración entre los países, al introducir temor en los votantes por las consecuencias de las políticas heterodoxas, en el presidencialismo más antiguo del mundo ese discurso no ha dado resultado y a partir del 20 de enero próximo Donald Trump será presidente.

En las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos no se habló de luchas de clases, pero el número de votantes del martes 8 de noviembre por los republicanos es similar a los de las últimas dos elecciones anteriores, en las que un hombre afroamericano llegó y permaneció en la casa blanca. Los votos de la parte baja de la pirámide, de los trabajadores sin educación que en aquella nación recurren al racismo como una explicación a la realidad, esos votos, estaban decididos a favor de un radical desde aquel entonces. No es que fallaran las encuestas, reflejaron lo que tenían que reflejar, lo que las personas entrevistadas responden, pero, recurriendo a la teoría de “La espiral del silencio” de Elisabeth Noelle-Neumann, los individuos deciden reservarse sus ideas ante la percepción de que la opinión pública es contraria a la propia y en cambio dejan la impresión que otra idea es la dominante.

Los comentaristas, aquellos que tienen los espacios en los medios de comunicación y que hoy nos saturan con sus opiniones no entienden, no encuentran la lógica ni la explicación al resultado, ¿Cómo pudieron los votantes elegir a una persona a todas vistas incompetente para cumplir con la tarea presidencial? El problema es que,  cumplir con “la tarea presidencial” no es lo mismo para ellos que para los votantes, para los comentaristas multimedia ello significa que el sistema mantenga la estabilidad, la tendencia de las cosas, el evitar a toda costa la volatilidad de los mercados; en pocas palabras, que los mantenga a ellos, a los de su clase, recibiendo las bondades del sistema económico, porque para ellos funciona. No para el resto de la sociedad.

Si, los ciudadanos votaron por un candidato racista, sexista y poco experimentado políticamente, pero justo esto último fue su atractivo; Trump se hizo ver como un hombre que no tiene miedo de tomar decisiones no bien vistas. Es un voto por un cambio que los beneficie o morir en el intento (estallar el sistema) algo inconcebible para el Homo Economicus, pero real fuera de la teoría de juegos. Ahora inicia otra etapa, la política real, la de las consecuencias y la de la negociación. En el mundo actual, incluso los hombres más poderosos del mundo son incapaces de tomar decisiones de forma tan deliberada como las tomaría Enrique VIII, pero a la vez las posibles consecuencias tienen un impacto sin precedentes históricos y un ser humano con acceso al botón nuclear sin duda es de mucho cuidado.

Sí, es necesario que las cosas cambien en Estados Unidos, en México y en el mundo; hay grandes problemas globales por atender, además de los locales y para lo cual son necesarias las reformas en el sistema, pero recordemos que el más grande período de crecimiento económico en la historia se logró con posterioridad de la segunda guerra mundial y ese en algún momento tuvo que empezar este gran drama humano y resulta aterrador ver la similitud de las causas de éste en aquel entonces y ahora. Más vale abrir los ojos a la verdadera causa de la atrofia del sistema, no son los extranjeros, no son los tratados de libre comercio; es esa desigual distribución de recursos de un mundo en donde alcanza para todos, es a final de cuentas, el domino del 1% contra el 99%.


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