El
2016 ha sido un año de resultados electorales inesperados en todo el
mundo por la victoria de las posiciones, a primera vista más extremas;
como el “Brexit”, el NO en el plebiscito de paz en Colombia, la elección
de Rodrigo Duterte en Filipinas, etc. Sin embargo el mundo sigue
girando y parece demostrar que los paradigmas políticos de postguerra
han quedado obsoletos.
El
pensamiento dominante por ser aquel de mayor difusión mediática, tiende
a ser conservador en términos políticos y económicos, es decir, busca
preservar la estabilidad del sistema a pesar de todas las cosas, un
equilibrio y competencia leal entre los partidos fieles al sistema en
términos de Juan Linz que respete una base macroeconómica a todas vistas
neoliberal, que favorezca incondicionalmente el libre comercio, que
evite la incertidumbre a toda costa (intrínsecamente necesaria en
aquellas elecciones legítimas de acuerdo a Adam Przeworski) y que
continúe la agenda de cambios del Fondo Monetario Internacional (porque
aseguran, los resultados se verán en 20 años).
Atrás,
muy atrás han quedado aquellas ideas que identifican este dominio
conservador con la estructura de poder entre clases dominantes y
dominadas, es decir, que abiertamente describen la contienda política
como el escenario de la lucha de clases. Si bien en América latina el
discurso de publicistas políticos como Antonio Sola sobre las
consecuencias de los gobiernos de izquierda logró evitar una mayor
integración entre los países, al introducir temor en los votantes por
las consecuencias de las políticas heterodoxas, en el presidencialismo
más antiguo del mundo ese discurso no ha dado resultado y a partir del
20 de enero próximo Donald Trump será presidente.
En
las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos no se habló de
luchas de clases, pero el número de votantes del martes 8 de noviembre
por los republicanos es similar a los de las últimas dos elecciones
anteriores, en las que un hombre afroamericano llegó y permaneció en la
casa blanca. Los votos de la parte baja de la pirámide, de los
trabajadores sin educación que en aquella nación recurren al racismo
como una explicación a la realidad, esos votos, estaban decididos a
favor de un radical desde aquel entonces. No es que fallaran las
encuestas, reflejaron lo que tenían que reflejar, lo que las personas
entrevistadas responden, pero, recurriendo a la teoría de “La espiral
del silencio” de Elisabeth Noelle-Neumann, los individuos deciden
reservarse sus ideas ante la percepción de que la opinión pública es
contraria a la propia y en cambio dejan la impresión que otra idea es la
dominante.
Los
comentaristas, aquellos que tienen los espacios en los medios de
comunicación y que hoy nos saturan con sus opiniones no entienden, no
encuentran la lógica ni la explicación al resultado, ¿Cómo pudieron los
votantes elegir a una persona a todas vistas incompetente para cumplir
con la tarea presidencial? El problema es que, cumplir
con “la tarea presidencial” no es lo mismo para ellos que para los
votantes, para los comentaristas multimedia ello significa que el
sistema mantenga la estabilidad, la tendencia de las cosas, el evitar a
toda costa la volatilidad de los mercados; en pocas palabras, que los
mantenga a ellos, a los de su clase, recibiendo las bondades del sistema
económico, porque para ellos funciona. No para el resto de la sociedad.
Si,
los ciudadanos votaron por un candidato racista, sexista y poco
experimentado políticamente, pero justo esto último fue su atractivo;
Trump se hizo ver como un hombre que no tiene miedo de tomar decisiones
no bien vistas. Es un voto por un cambio que los beneficie o morir en el
intento (estallar el sistema) algo inconcebible para el Homo Economicus,
pero real fuera de la teoría de juegos. Ahora inicia otra etapa, la
política real, la de las consecuencias y la de la negociación. En el
mundo actual, incluso los hombres más poderosos del mundo son incapaces
de tomar decisiones de forma tan deliberada como las tomaría Enrique
VIII, pero a la vez las posibles consecuencias tienen un impacto sin
precedentes históricos y un ser humano con acceso al botón nuclear sin
duda es de mucho cuidado.
Sí,
es necesario que las cosas cambien en Estados Unidos, en México y en el
mundo; hay grandes problemas globales por atender, además de los
locales y para lo cual son necesarias las reformas en el sistema, pero
recordemos que el más grande período de crecimiento económico en la
historia se logró con posterioridad de la segunda guerra mundial y ese
en algún momento tuvo que empezar este gran drama humano y resulta
aterrador ver la similitud de las causas de éste en aquel entonces y
ahora. Más vale abrir los ojos a la verdadera causa de la atrofia del
sistema, no son los extranjeros, no son los tratados de libre comercio;
es esa desigual distribución de recursos de un mundo en donde alcanza
para todos, es a final de cuentas, el domino del 1% contra el 99%.
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