lunes, 10 de diciembre de 2018

Es momento de darle vuelta a la página...


Si algo sabe un político experimentado es que en democracia las derrotas y las victorias son pasajeras. Historias de políticos exitosos que en algún momento vieron su destino cuesta arriba sobran en todas las latitudes; desde resistencias heroicas como la de Nelson Mandela en Sudáfrica en la lucha contra el Apartheid hasta el levantamiento de un joven soldado austriaco en la primera guerra mundial que llegaría a ser el Führer. La opinión pública y las preferencias políticas del mañana se transforman por los actos del presente; del cumplimiento de las promesas depende que tan pronto o que tan tarde llegará el movimiento del péndulo dentro del espectro político.

Entiendo el sentimiento de los derrotados en la última elección presidencial en México, no perdieron solo la elección y la dirección del gobierno, también perdieron el control sobre el aparato de bienestar que los ha cobijado; pero dada la certeza que en algún momento retornarán al poder, ¿vale la pena perder el tiempo buscando como hacer tropezar al nuevo gobierno con los mismos argumentos que fueron ignorados por la sociedad el 1 de julio?

El nuevo gobierno por si solo inevitablemente cometerá errores, tratar de exhibirlos en momentos en que tiene la opinión pública a favor ¿no resulta contraproducente? Quizá lo más conveniente en este momento es trabajar en la autocrítica y en la modificación de la imagen que durante años forjaron mediante sus políticas económicas, políticas y sociales que se reducen a una sola palabra, imprecisa pero efectiva ante el imaginario colectivo: “neoliberalismo”.  ¿Qué pasaría si las plumas periodísticas y opinólogos predilectos cerraran la boca? Creo que los disensos al interior de la izquierda se empezarían a oír, contagiando de objetividad a las críticas y despertando la crítica de la sociedad.

Lo que existe hoy a la ahora oposición seguro le parece un contagio social de irracionalidad. No lo es, es el rencor sembrado durante tantos años de injusticia y, si no se callan, en el corto plazo arrasará con todas las instituciones que han servido a sus intereses o si lo quieren creer así, al interés de México; incluidos el federalismo, la separación de poderes, las instituciones autónomas, entre otros, como ahora mismo se está poniendo bajo asedio al poder judicial. Lo que deben entender es que con tan solo un poco de objetividad de su parte verían que nadie puede justificar ni los salarios ni la impartición de justicia en México. Tratar de defender la legitimidad del Poder Judicial ante la opinión pública es una pelea perdida desde ahora. Tratar de rescatarla sería perder lo más por lo menos. Las nominaciones totalmente sesgadas para el puesto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación que deja el ministro José Ramón Cossio Díaz no serían las mismas sin las polémicas por los salarios.

Durante la elección, el argumento principal de los detractores de Morena, fue que sí se puede estar peor, y describían situaciones de terror que hablaban de Venezuela. Eso es lo mismo que les digo ahora, ustedes sí pueden estar peor si no recurren a la autocrítica y la reflexión; su pérdida de influencia, su pérdida de privilegios, la estructura que legítimamente creen que les corresponde, lo pueden perder. Les invito a mirar a otro país latinoamericano y socialista: Cuba. Tras la victoria de la revolución dirigida por Fidel Castro no se planteó el convertir la isla en aliada del sistema soviético. Las presiones norteamericanas los orillaron a ese camino.

Para evitar la peor de sus pesadillas les sugiero que, por lo menos en los siguientes tres años escriban libros, den clases, sean empresarios exitosos, y profundicen sus posiciones. Sean críticos, les recomiendo el libro de moda, “Como mueren las democracias” de Steven Levitsky y‎ Daniel Ziblatt, escrito a consecuencia de la pérdida de poder de los partidos liberales en todo el mundo; es un buen lugar para empezar.

Los ganadores y perdedores, en democracia no son permanentes y los cambios se dan por el esfuerzo de unos y la complacencia de otros. Hombres y mujeres indignados, por el bien de todos y de sus propios intereses.

Es hora de guardar silencio.

lunes, 3 de diciembre de 2018

¿México o el aparato de privilegio de unos cuantos?


imagen "un domingo en la alameda" de Diego Rivera
Cuando escucho a los funcionarios públicos que participan en negociaciones internacionales decir que trabajan por México, no lo dudo, lo que cuestiono es: ¿estamos entendiendo lo mismo al referirnos a México?

No pretendo entrar en la discusión sobre las definiciones de Estado-nación[1], pero si señalar que cuando hablamos de “México”, dependiendo del estrato socioeconómico de la población se está haciendo referencia a una concepción particular y que ante la toma de poder por parte de Andres Manuel Lopez Obrador, lo que está en disputa es la concepción que tienen los favorecidos  económicamente.

En México, la victoria electoral de AMLO se debió a su propuesta de anteponer las necesidades de supervivencia de la población excluida, así como el fin del saqueo generado por la corrupción institucional y en general, de una promesa de mejor distribución de los beneficios del Estado.

Una vez reconocido el resultado electoral, la parte de la población que hasta ahora ha cubierto sus necesidades de bienestar, no ha asimilado que lo que se aproxima es el control del aparato jurídico-institucional por intereses contrarios a los suyos. Desafortunadamente, mientras que para los excluidos permanentemente, la identificación de sus intereses con los del nuevo gobierno (respecto al uso del aparato estatal) no son del todo claros, para las elites del sistema (bajo sus diferentes rostros: medios de comunicación, escuelas privadas, empresarios, burocracia dorada, etc.) no hay duda alguna, cualquier medida redistributiva es un ataque directo a su condición y la polarización es la pérdida de control sobre hechos que iban ligados a sus intereses, disfrazados de política nacional. Ellos tienen la gran ventaja de saber plenamente que cuando hablan de “México” hablan de SU fuente de bienestar. Si se bajan los sueldos de los funcionarios públicos, se está afectando a SUS funcionarios públicos, si se cambian los métodos de manejar las licitaciones se está afectando SUS jugosos contratos, si se modifican los perfiles de los funcionarios públicos se afectan a SUS egresados y sus fuentes de trabajo.

Así, antes de entablarse en una discusión eterna entre chairos y fifís, la próxima vez que escuche argumentos que hablan del desastre que espera a “México” en el siguiente sexenio, considere que al “México” al que aluden no es el que refiere a la identidad entre paisanos, ni a las tradiciones culturales, ni mucho menos a un sentido patriótico; ponga atención a lo que escucha y en lugar de “México” escuche “mi aparato de privilegios” y entenderá como desde el punto de vista de sus intereses no hay duda del porqué del fatalismo (piense en los funcionarios públicos que perderán sus seguros particulares, cuando el resto de mexicanos tiene que ir a instituciones de salud públicas). Con esto reevaluará si vale la pena o no hacer caso de las críticas al nuevo gobierno y sobre todo, si está dispuesto o no a permitir que esas críticas cancelen los cambios planteados por el nuevo gobierno en aras de evitar la politización con sus conocidos.




[1] El orden mundial en el siglo XXI está basado en las relaciones entre entidades que reconocemos como Estados, pero esto no ha sido la constante, en otros momentos de la historia las sociedades han creado lazos de pertenencia a través de identidades como la religión, las familias, las clases sociales, los reinos, entre otros. El Estado es solamente la figura que logró aglutinar de forma más eficiente a la sociedad a partir del siglo XVII a medida que se expandía el sistema de producción capitalista. La concepción del Estado-nación logró superar los beneficios que las otras identidades ofrecían a los individuos y obtener su lealtad por medio de estrategias narrativas de amplio consenso, como lo son: una historia fundacional, los símbolos patrios, el idioma, e incluso la religión, dando un sentido de pertenencia a sus miembros. Al funcionar como aglutinador de esfuerzos, el aparato jurídico-institucional del Estado logró dar a una parte de la población seguridad, empleo, y demás medios de supervivencia, es decir un estado de bienestar.