El 2016 terminó como
el año de los resultados inesperados en términos democráticos en
diversos países, desde la elección presidencial filipina hasta la
norteamericana, pasando por el proceso de consulta popular en Reino
Unido para la permanencia en la unión europea y el referéndum del plan
de paz colombiano. Todos estos en su momento shocks políticos e incertidumbre
mundial.
La incertidumbre
causada por estos fenómenos quizá tuvo que ver más con las expectativas
que con el resultado, lo que nos habla de la forma en que recibimos
la información con la que formamos nuestras ideas.
¿Acaso cada uno de
los ciudadanos que se presentan en las urnas a votar por una opción con
menores posibilidades va sin la menor esperanza de que sus afinidades se
vean en la realidad? Racional o irracionalmente,
aquellos en las urnas van con alguna expectativa, en cambio aquellos que no la tienen
puede que ni siquiera se tomen la molestia de presentarse a sufragar.
¿Acaso no pensaban
los votantes de Reino Unido lo que traería la salida de la Unión
Europea? ¿Acaso no pensaban los colombianos en lo delicado de votar por
el No en el referéndum? Seguramente si, bajo distintas
perspectivas. Puesto que dichas opciones ganaron, se entiende que esa
era la realidad, luego entonces la información difundida en los medios de comunicación era sesgada, manipulada o incorrecta; aunque la justificación de las
encuestadoras será que su trabajo no es la predicción sino la
“fotografía del momento” y posteriormente las opiniones cambiaron.
¿Qué expectativa
podría tener un votante por la opción contraria a la paz en Colombia?
Cuál sería la expectativa de aquellos a favor de Donald Trump? Parece
que las promesas de un mundo mejor ya no son tan atractivas. Más bien,
parece que la elección entre lo regular y lo malo no decanta hacia lo
primero.
Pienso que el guion
de 2017 inició en 2016. Los países más influyentes a nivel internacional
como Estados Unidos e Inglaterra movieron primero, limitando los
espacios de maniobra del resto de la comunidad internacional, pero el
guion pinta para lo mismo; adiós a la globalización en sentido de un
sueño, gracias por nada comercio mundial, competencia y cooperación;
erremos las puertas de nuestra casa y las fronteras de nuestra nación,
quien se quede afuera verá cómo se las arregla.
No solo los países
prósperos rechazan a los migrantes, esto también sucede en los países de
tránsito, tanto en Europa del este como en Centroamérica.
El mundo actual ha
hecho más ricos a los ricos y más pobres a los pobres y sin embargo, los
hechos de 2016 parecen encaminar el futuro hacia intereses contrarios de los de la
clase política global, mejor dicho, hacia la incertidumbre, porque, a final de cuentas, es
muy probable que las élites mundiales logren sacar tajada de la circunstancia. Ejemplo,
en estos días Morgan Stanley, uno de los bancos responsables de la
crisis financiera del 2008 reporta que duplicó sus ganancias del último
trimestre de 2016 tras la victoria de Trump; así también escuchamos que Carlos Slim ya
encontró la forma para ingresar al mercado televisivo de Estados Unidos.
Tras la victoria de Trump se dibuja un panorama obscuro para américa latina en términos económicos, y riesgoso en términos geopolíticos a nivel internacional. ¿De verdad será tan volátil la presidencia norteamericana? Solo el tiempo lo dirá, lo que sí es verdad es que el el nuevo presidente tiene claro por
qué gran parte del electorado voto por él. Trump no fue electo para ser
cordial, para negociar, para buscar soluciones para todas las partes,
fue electo para romper la inercia de las políticas cotidianas, para
decir adiós Obamacare, adiós Dodd Frank, y adiós acuerdos
medioambientales si impiden el trabajo de la mano de obra norteamericana.
La evolución de los
hechos será lo que nos llevará al siguiente paso, si sabemos que no se
quiere lo mismo que se tiene el día de hoy, ni tampoco una reacción
intolerante contra fenómenos globales que no han beneficiado a la
mayoría, habrá que poner manos a la obra para aquellos cambios de fondo
en la dinámica del mundo.
Lo
que estamos presenciando es un cambio histórico, Hobsbawn consideró al
siglo XIX como muy largo y el como XX muy corto, el XXI en términos históricos es una incógnita, aunque parece ser un escenario
de cambio de dirección, y en el corto plazo parece que para mal. Sea
cual sea esa dirección hay dos cosas seguras, en un mundo con recursos
limitados y una creciente desigualdad de ingresos, tarde que temprano la necesidad de sobrevivir se impondrá como reacción de la especie humana.