En las semanas siguientes a la
elección presidencial, se generó en México un ambiente de consenso como nunca,
el cambio era necesario. A casi un año de la elección y a seis meses del inicio de la
nueva administración federal, ya no estamos tan de acuerdo. Todos querían ver
un cambio, no todos están dispuestos a soportarlo.
El ritmo de trabajo de la
presidencia de AMLO hoy va marcado por la resistencia de sus propios aliados. Mucho
se ha debatido sobre el sentido que está tomando la administración pública
federal con los nuevos titulares, se señala la existencia de dos grupos en el
gabinete: los duros, aquellos leales que desde hace 12 años apoyan los planes
más radicales de la 4T; y los moderados, aquellos que llegaron a medida que las
circunstancias se fueron acomodando, Alfonso Romo y Olga Sánchez Codero son ejemplo
de los últimos y Rocio Nahle e Irma Eréndira Sandoval lo son de los primeros.
Mientras que los radicales tienen
el apoyo popular, los moderados cuentan con la “realidad” de la
globalización (y adicionalmente el apoyo de los defensores del status quo). Es verdad, como señalan los
moderados, que los recortes son contraproducentes en algunos sentidos, que los
inversionistas importan y que no ha bajado la violencia, pero por el otro lado
también es verdad que AMLO tiene bien definido el México al que aspiran los 30
millones de votantes que lo eligieron, tan mal estábamos que hoy el presidente tiene
manga ancha para decidir cómo se transformará el país.
Hasta la salida de Germán Martínez
del IMSS, los críticos de la prensa al férreo manejo de la Administración Pública
por parte de AMLO no habían tenido resonancia en la conducta de los moderados.
German lo dijo al renunciar, tenía poco margen de maniobra. El hecho es que AMLO
no va a cambiar, cuando fue Jefe de Gobierno de la CDMX tuvo éxito bajo el
mismo estilo personalista, al fundar MORENA nuevamente estableció una
estructura horizontal que solo reaccionaba a sus instrucciones, así llegó a la
presidencia, ¿por qué habría de cambiar de estrategia ahora? El problema para él
es que todos los que, como German, están en desacuerdo con las restricciones
presupuestales, hoy son un obstáculo, pues no están comprometidos a fondo con llevar
los procesos y la burocracia a un trabajo extraordinario, haciendo más con
menos y sobre todo, con nuevas dinámicas. En las instituciones de la Administración
Pública Federal que encabezan los moderados, el trabajo se está llevando por
medio de cartuchos quemados, en lugar de arriesgar a modificar las estructuras,
se está priorizado el mantener a los viejos burócratas y reproducir los
procesos tal cual eran, trabajando al viejo estilo colonial “obedézcase, pero
no se cumpla” y ofrecer en lugar de cambio, simulación.
No hay futuro sin instituciones y
las instituciones de un nuevo México deben surgir de gente nueva, éste es el
lado flaco del cambio de López obrador, ¿Qué pasará al finalizar el sexenio con
todas las personas cuya supervivencia hoy se ve favorecida por la asistencia
social? Si no se empodera a nuevos liderazgos al terminar la administración,
volverá la dinámica de los viejos grupos de poder.
Los historiadores son claros
respecto de las 3 transformaciones que anteceden la liderada por AMLO, a pesar
de la violencia, tan solo fueron cambios
de élites, no necesariamente de intereses. Probablemente es eso lo que
ocurrirá en ésta. Puede que sea suficiente la redistribución de recursos para
mantener la viabilidad política del país sin que estallemos nuevamente en un
proceso violento, no así para que tengamos un México para todos los mexicanos.
Este contexto lo conocen bien los
nuevos burócratas empoderados, lo saben los pupilos de Gerardo Esquivel
insertados en las dependencias egresados de las universidades privadas y
reunidos en el grupo “Democracia Deliberada”, son ellos los nuevos criollos que
busca beneficiarse de las mismas condiciones con ideas distintas. Por eso, son
ellos los moderados.
Hoy por hoy, la apuesta más
fuerte para el cambio es la iniciativa “Jóvenes Construyendo el Futuro”. Más allá
de la formación laboral, el éxito de la 4T depende del empoderamiento político
a estos nuevos actores y su inserción en la toma de decisiones de la nueva
administración.
Un sexenio es muy poco tiempo
para una trasformación profunda, El éxito no está garantizado, sin embargo, ya
fueron probadas todas las alternativas, es el momento de apostar por hacer el
cambio con todas sus consecuencias.